Era un maestro cuya enseñanza hacía hincapié en la necesidad de percibir el vacío primordial.
Instaba a sus discípulos a que se vaciaran de todo, percibiesen el sustrato vacío de todo lo existente.
Pero tanto enfatizaba este aspecto de la enseñanza que un día varios discípulos le dijeron:
-Maestro, no es que cuestionemos tus enseñanzas, pero ¿no pones demasiado énfasis en la doctrina del vacío?
El maestro sonrió y dijo:
-Al atardecer os quiero ver a todos aquí con un vaso lleno de agua.
Declinaba el día.
Los discípulos se reunieron con el maestro, cada uno de ellos con su respectivo vaso de agua.
El maestro dijo:
-Golpeadlos con cualquier objeto y hacedlos sonar. Quiero oír la música de vuestros vasos.
Así lo hicieron los discípulos, pero el sonido era muy pobre y apagado.
El maestro añadió:
-Vaciad los vasos y repetid la operación.
Los discípulos arrojaron el agua de los vasos y comenzaron a hacerlos sonar. Ahora el sonido era muy vivo.
El maestro dijo:
–El vaso lleno no suena.
Al instante, los discípulos comprendieron y el maestro les sonrió satisfecho.
En un recipiente lleno ya no cabe nada más. El silencio mental es un gran logro